lunes, 19 de abril de 2010

Bibliómanos

Bibliómanos

Jacques Bonnet decidió que el fin de su vida era leer cuantos libros pudiera

La Vanguardia - 18/04/2010 - Llàtzer Moix

La lectura puede ser una experiencia muy absorbente. Borges sostenía que la intensidad que de ella se deriva sólo resulta comparable a la que obtenemos en el viaje o en el amor. Y afirmaba que el acontecimiento mayor de su vida fue la biblioteca paterna. No es de extrañar, pues, que el argentino asociara el paraíso a la biblioteca, donde uno aprende a evadirse de la realidad y a reflexionar sobre ella.

El escritor y traductor francés Jacques Bonnet pertenece como Borges a la cofradía bibliómana, la de los que gustan acumular libros. Medio siglo atrás, decidió que el fin de su vida era leer cuantos libros pudiera. Eso le ha llevado a formar una biblioteca particular con decenas de miles de tomos. A la vuelta de los años y las lecturas, su afición le ha permitido escribir el librito Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama). En él hilvana sensaciones y consejos relacionados con la gestión y el disfrute de una gran biblioteca: desde el temor a que las estanterías colmadas se caigan y nos descalabren hasta los mejores criterios clasificatorios, pasando por su preferencia por regalar los libros, antes que prestarlos.

Bonnet es el paradigma de una subespecie en vías de extinción. El retroceso de la palabra frente a la imagen, los pisos pequeños y la vana suposición de que todo está disponible en internet se han aliado en contra de las bibliotecas de cierta consideración. A estos factores se suma otro que preocupa cada día más a autores y editores de literatura infantil y juvenil. Aunque quizá debería preocupar a más gente. Nos referimos a que el comprensible esfuerzo de tantas escuelas o asociaciones de padres para reducir la factura escolar reutilizando y socializando los libros de texto y, con ellos, los tres o cuatro títulos de lectura que se prescribían cada curso a los alumnos está teniendo un efecto perverso: el aborto de las bibliotecas particulares que iniciaban los escolares con sus primeros títulos de Dahl, de Sempé, de Stevenson, de Salgari o de las aventuras de Harry Potter. Manda, de nuevo, la economía sobre la cultura.

Jacques Bonnet, que usa y anota a diario sus libros, puesto que los considera una herramienta y no un icono, describe una última enseñanza al citar el caso del académico y bibliómano Valincour, que sufrió uno de los peores percances que le cabía imaginar: el incendio de su biblioteca. ¿Cuál fue su reacción? La de alguien que ha leído a los sabios. "Poco habría aprovechado mis libros, si no supiera perderlos", dijo. Comparen esta reacción estoica con la angustia que nos asalta cuando extraviamos el teléfono móvil. Y saquen sus conclusiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué opinas?